Este próximo libro NO tiene desperdicio... Ya estoy impaciente por leerlo...
Bethany estaba furiosa cuando apareció con un destello en el pequeño pueblo Enea, donde sus seguidores habían implorado desesperadamente a los dioses Atlantes que les rescataran. Mientras que el resto de los dioses había ido a prestar ayuda a la mayoría de sus tropas, ella estuvo de acuerdo en ir a ver a los habitantes de aquí.
El pueblo había acogido a los soldados atlantes heridos... hombres heridos que habían sido sacrificados por los griegos a los pies de la estatua de su bisabuelo en el centro de la pequeña aldea.
Levantó la mano para mandarlos a todos junto a su amado Hades.
-¡Alto!
Aquel feroz tono profundo y autoritario los dejó helados. Incluso a ella. Curiosa, frunció el ceño al ver al príncipe Didymosian cuando saltó de su caballo de ébano y se dirigió airadamente a través de los cuerpos caídos y del saqueo griego sin respaldo alguno.
¿Estaba loco?
Los griegos de aquí no eran de Dídymos. Y no tendrían ningún amor ni respeto por el joven príncipe. La expresión de desprecio en los rostros lo demostraba.
Sus ojos azules estaban llenos de un enojado brío, Styxx se dirigió directamente a dos soldados que sacaban arrastras a una hermosa joven de su casa. Era obvio, por su vestido desgarrado, lo que se proponían.
-¡Soltadla! -exigió Styxx.
En lugar de seguir órdenes, el soldado grande y corpulento envolvió su brazo alrededor de la cintura de la chica. -Es un botín, Alteza. –dijo burlándose del título.
-Es una chica, no una propiedad. Libérala ahora o lo lamentarás.
-¿Qué? ¿Vas a mandar a tus hombres a que me azoten? -Se rio.- Soy Tracio. No nos inclinamos ante la corona de Didymos ni tenemos ningún miedo a sus hombres- Los tracios lo vitorearon apoyándole.
Impertérrito, el príncipe se acercó a él como un feroz depredador, siendo consciente de todas las espadas que le rodeaban pero sin temor por ninguna de ellas. –Entonces es hora de que aprendas a temerme-
Todos se rieron por las audaces palabras de Styxx.
Bethany se lanzó a si misma dentro del cuerpo de la chica queriendo así tener una visión más precisa y asegurarse que la chica aterrorizada no había sido dañada de ninguna manera. Su brazo le quemaba por el agarre brutal del soldado.
Él hundió la cara en su cuello. -Huele dulce para ser una puta Atlante. Estoy seguro de que podemos encontrar una para ti, príncipe. Ahora vuelve con tus propios hombres, y deja esto para aquellos de nosotros lo suficientemente mayores para tener vello púbico-
La mirada celestial de Styxx no vaciló cuando estiró su brazo. Un instante después, el soldado la soltó y cayó de espaldas, muerto, con el pequeño cuchillo que le había lanzado entre los ojos.
La mandíbula de Bethany se aflojó por la visión.
¿Styxx había matado a uno de sus propios hombres?
¿Para proteger a su gente?
Sacó la espada y el príncipe se puso entre ella y los hombres que habían venido aquí con él. –Vete con tu madre, niña. Rápido-
Aturdida por su impecable atlante, obedeció y observó con fascinación absoluta cuando se quedó solo para defender a sus enemigos frente a su propio ejército.
Los griegos lo atacaron.
Acabó con seis de sus soldados antes de que sus refuerzos llegaran para apoyarle contra el resto de los enojados tracios. Sus hombres rápidamente les sometieron y les obligaron a marcharse.
Styxx agarró al hombre que había estado al lado del que había matado. -Avisa a tus tracios de que no estamos aquí para violar a esposas, hermanas e hijas. Nuestra lucha es contra la reina Atlante, sus soldados, y sus dioses. No con sus mujeres y niños. Cualquier griego que desafíe mis órdenes será castrado y ofrecido, como sacrificio, al dios atlante Dikastis por los crímenes contra su pueblo-
-¿Crees que ellos serían tan amables con nuestras mujeres?-
Styxx lo empujó. -Es por eso que estamos en tierra atlante, para luchar contra ellos antes de que lleguen a nuestro país. Estamos aquí para proteger a nuestras familias de la esclavitud atlante y no voy a avergonzar a nuestros inocentes, sacrificando y degradando a los suyos. Ahora ve y advierte a tus hombres-.
El príncipe volvió con Bethany a la pequeña choza donde la chica se había ocultado con su madre y hermanas.
Para su completa estupefacción, el príncipe recogió una muñeca que se había caído justo afuera de la cabaña. Se arrodilló en la puerta, en el suelo, cerca de la hermana pequeña de la chica que probablemente no tendría más de diez años.
Sostuvo la muñeca hacia ella mientras se aferraba a la falda de su madre. -Está bien, pequeña- dijo de nuevo en impecable Atlante. -No estamos aquí para hacerle daño a tu familia. Te doy mi palabra-
Miró a su madre para que lo confirmara.
Tenía los ojos muy abiertos, la madre agarró la muñeca y dio un paso atrás para proteger a sus hijas.
Styxx se inclinó ante ellas antes de levantarse. -Dile a los aldeanos que se reúnan en la plaza y yo personalmente me encargaré de que todos vosotros seáis llevados dentro de los muros de la ciudad para protegeros. Si alguien no puede caminar o viajar, háznoslo saber y lo llevaremos-
Ella lo miró con recelo. -¿Es un truco griego?-
-Juro por mi vida que no lo es. Por favor, buena madre, por el bien de tus hijas, date prisa. No sé por cuanto tiempo mi ejército, que mantiene alejados a los otros griegos, seguirá cumpliendo con mis órdenes. Debemos llegar a un lugar seguro- Fue a transmitir sus intenciones a sus propios hombres que actuaban como si las órdenes fuesen típicas y lo que esperaban en él. Bethany no se había dado cuenta de que él estaba gravemente herido hasta que tropezó y se sostuvo contra su caballo. La sangre corría por su pierna izquierda.
Sin embargo, él no permitiría que nadie lo supiera así que se limpió y se montó. Fiel a su palabra, los ayudó rodeando a su pueblo y los escoltó hasta un lugar seguro. Nunca en su vida había visto algo como esto. Un griego que mató a sus propios hombres para proteger a las mujeres y los niños de su enemigo...
Era inaudito. Sobre todo viniendo de un príncipe que no había mostrado misericordia de sus enemigos en los últimos meses cuando luchó contra ellos. Lo único que todo el mundo sabía de Styxx era que había sido implacable en el campo de batalla. Solo su ejército se mantuvo invicto contra los atlantes. Styxx había librado una malévola y exitosa campaña, utilizando nuevas tácticas radicalmente diferentes al resto de las tropas griegas.
Mientras él mostraba su misericordia por la gente, en ese momento, ella sabía que había ordenado que una vez se marcharan buscaran provisiones en los hogares abandonados, que después quemarían.
Era otra cosa por la que se le conocía.
Sintiendo aún más curiosidad por él que antes, ella se detuvo a un lado de su caballo. Aún bajo el disfraz de la chica que había salvado, levantó la vista para mirar al príncipe mientras supervisaba la retirada de su pueblo.
Se mantenía con la misma actitud arrogante y rígida que la había irritado la primera vez que lo vio en Halicarnaso.
¿O era la arrogancia? Ahora que estaba más cerca, vio el tormento y dolor dentro de esos ojos azules. La cautelosa resignación y el cansancio le hacían parecer mucho más viejo.
Y mucho más vulnerable.
-¿Alteza?-
Sus emociones se evaporaron en una expresión de estoicismo mientras miraba hacia ella. -¿Sí?-
Ella puso su mano en la armadura para la pierna negra y bronce, y señaló el lugar exacto de su costado donde estaba herido. -Gracias por su ayuda.-
Él inclinó la cabeza respetuosamente hacia ella.
Valientemente, levantó la mano para acariciar el músculo de la pantorrilla duro que sobresalía entre los cordones de su espinillera. -Por tu bondad, me gustaría ofrecerte mis servicios-
Empujó a su caballo lejos de ella. -Aunque aprecio tu oferta y me siento verdaderamente honrado, debo declinarla-
Confundida, ella comenzó a alejarse.
-¿Elea? -gritó.
Asombrada de que él recordara el nombre de la chica, cuando su madre lo había usado hacia casi una hora, se detuvo para mirar atrás. -¿Alteza?-
-No dejes que nadie, sobre todo tú misma, trueque con tu cuerpo para cualquier propósito. Los beneficios temporales e inmediatos no valen el coste eterno de tu alma-
Se inclinó hacia delante, y le tiró suavemente un caro broche.
Ella lo cogió en su mano y vio que llevaba el mismo emblema de Phoenix como en su escudo. Era la insignia de su Omada Estigia.
Sin una palabra más, dio media vuelta a su caballo para poder llevar personalmente a una mujer enfermiza y a su pequeña nieta a la ciudad amurallada, tierra adentro.
Aturdida por su inesperada sabiduría y esa amable caridad, fue a unirse a ellos en su viaje hacia la seguridad. Una parte de ella todavía esperaba que fuera un truco de algún tipo.
Mientras caminaban, ella examinaba a los hombres en busca de su Hector. Pero éstos eran de caballería. No había un soldado de a pie entre ellos. Otro inesperado honor a su pueblo, utilizaba a nobles y a sus soldados mejor entrenados, y no a campesinos, para protegerlos.
Y mientras lo miraba, algo sobre el príncipe le recordaba a su amor, pero Héctor no sería herido. No si llevaba su amuleto, y lo tenía desde la última vez que lo vio. No había ninguna razón para pensar que se lo quitaría. Además, el príncipe parecía un poco mayor que Héctor. Sin duda, más severo y seguro de sí mismo. Héctor era tímido y reservado. Nunca se precipitaría en una pelea tan imprudentemente.
No, Styxx no era el hombre que la hacía arder.
Pero ahora, por fin comprendió, por qué Atenea había elegido a este príncipe como su mascota. Era honorable cuando otros no lo eran. Y trataba a todos a su alrededor con respeto... como si importaran.
Incluso a sus enemigos.
Sin embargo, esta buena acción no cambiaba nada. Ellos estaban en guerra y ella finalmente le destruiría por atreverse a llegar a sus costas y matar a sus soldados. Su compasión hoy le había hecho ganar un pequeño respiro mientras miraba a sus seguidores.
Mañana, sin embargo, iría tras él con todo lo que tenía.
Entrando a los muros de la ciudad, vio como Styxx llevaba suavemente a la anciana al templo de Agapa que había sido creado para recibir a los que se habían quedado sin hogar por los invasores. Él volvió su atención a un joven sacerdote, pero no antes de decir algo que hizo que la vieja sonriera y con amabilidad levantó a su nieta para sentarla a su lado.
Honestamente, la sorprendió que ninguno de los atlantes atacara a sus soldados. Sería una manera fácil de poner fin a la guerra ahora.
Pero su gente no era tan peligrosa como los griegos. Nunca lo habían sido. En cambio, honraron las decentes intenciones de Styxx y de sus hombres y les permitieron dejar a los aldeanos y marcharse sin incidentes.
Por la mañana, sin embargo, estarían en guerra otra vez.
Con ese pensamiento más importante en su mente, ella dejó el cuerpo de la niña y fue a buscar a su bisabuelo en su templo justo bajando la calle.
Los atlantes estaban invocando su nombre y haciendo sacrificios. No es que ellos lo necesitaran. Independientemente, Misos hubiera estado con ellos.
Sin ser visto por su gente, su bisabuelo arqueó la ceja al acercarse ella. -¿Qué noticias tienes?-
-El príncipe griego está herido en el costado izquierdo, tres costillas rotas. Apenas será capaz de mantener su hoplon (escudo) con ese brazo-
-Buen trabajo. Le veremos muerto por la mañana y enviaremos a sus pútridos griegos a casa con el rabo entre las piernas-
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