Traducción de Nieves Calvino Gutiérrez
—¡Sascha, cariño!
Sascha sintió que sus labios se movían nerviosamente al escuchar el infantil grito.
—Todo es culpa tuya —le dijo a Lucas mientras él se esforzaba por disimular su sonrisa sin conseguirlo.
—¿Qué puedo decir? —dijo abriendo los brazos—. El chico tiene buen gusto, por no hablar de su excelente don con el lenguaje.
Haciendo caso omiso de su compañero mientras la seguía de la enorme cocina de Tamsyn al salón, se dirigió al sofá donde estaban sentados Julian y Roman, uno al lado del otro.
—¿Habéis llamado, altezas?
Los cachorros dejaron escapar unas risillas antes de separarse. Julian dio una palmadita con la mano en el espacio que había quedado entre los hermanos y Sascha se sentó en medio de ellos. Luego se acurrucaron contra a ella inmediatamente, tan pequeños, tan cálidos y tan queridos. Cada vez que abrazaba a aquellos dos tunantes se preguntaba qué les tenía reservado el futuro a Lucas y a ella. Levantó la mirada y se encontró con la de Lucas mientras este se acomodaba en el borde de la mesita de café frente a ella. En sus hermosos ojos verdes podía ver un tipo de promesa más ardiente.
El corazón le dio un vuelco. Imposible, le dijo su mente psi. Pero sabía que sí era posible. La mayoría de los psi había olvidado la fuerza que poseían las emociones. Podían hacer daño y podían proporcionar una dicha mayor que todo cuanto jamás había imaginado posible.
Una manita le palmeó el brazo izquierdo. Roman, pensó, girándose para depositar un beso en su cabeza. Era el más callado de los dos, pero juntos era un auténtico terremoto sobre cuatro piernas… u ocho patas, si se encontraban en su forma animal.
—¿Echáis de menos a mamá? —preguntó Sascha.
Roman asintió y Julian, al otro lado de ella, le preguntó:
—¿Vuelve esta noche? —Su voz sonaba inusitadamente lastimera.
—Sí, vuelve esta noche. —Tammy y Nate habían tenido que realizar un viaje relámpago fuera del estado, dejando a sus cachorros al cuidado de Sascha y de Lucas. Ella adoraba a los pequeños y no dejaba de sorprenderle que dicha adoración pareciera mutua. Miró a uno y luego al otro—. Y pienso decirle lo bien que os habéis portado.
Eso le granjeó una sonrisa de Julian y un besito en la mejilla de Roman. Lucas los observó con ojos burlones. Sabía que su compañera era incapaz de resistirse a los niños. Sascha le hizo una mueca.
—¿Un cuento, Sascha?
Sascha se quedó paralizada con la pregunta de Julian. Incluso después de haber pasado meses con los DarkRiver seguía habiendo cosas que le sorprendían.
—¿Queréis que os cuente un cuento?
Los cachorros asintieron y dos pares de brillantes ojitos la miraron expectantes.
Totalmente perdida, le lanzó una mirada a Lucas. Ella no sabía contar cuentos, pues se había pasado toda su infancia desterrando las emociones de su alma.
Nunca nadie le había contado una historia salvo para advertirle que mantuviera las emociones bajo llave, donde no pudieran destruirla. Su madre le había hablado en susurros sobre los rehabilitados, las aterradoras criaturas que no eran más que vegetales andantes a los que les habían extraído la vida.
El recuerdo más poderoso de su niñez era el de estar en el Centro viendo a los rehabilitados deambulando de un extremo a otro de la estancia, arrastrando lo pies, con el semblante carente de expresión y los ojos vacíos, en los que solo podían verse retazos marchitos de humanidad.
Lo siniestro del recuerdo amenazó con hacer mella en Sascha, pero entonces una oleada de amor se expandió por las sinuosas hebras del vínculo que había en su interior, aquel lazo mágico que la unía a la pantera sentada frente a ella en la mesita de café, con las largas piernas estiradas.
—Yo me sé un cuento—dijo Lucas captando la atención de los gemelos—. Pero es de miedo.
—¿De verdad? —Julian se inclinó hacia delante presa de la emoción.
—Ya no somos bebés —agregó Roman.
Lucas hizo una mueca.
—No sé, no sé. A lo mejor vuestra mami se enfada.
—¡Por favor, tío Lucas!
—¡Por favor!
—¡Por favor, por favor!
—¡Por favor!
Lucas exhaló un suspiro con aire solemne y se inclinó un poco hacia delante, apoyando los antebrazos en los muslos.
—De acuerdo, pero que conste que os he advertido. Si tenéis pesadillas, no vengáis a quejaros.
Nadie que le viese en esos momentos, con aquella expresión indulgente en el rostro y voz suave, podría haberle identificado como uno de los depredadores más peligrosos de la zona, una pantera que podía hacer pedazos a los enemigos solo con sus manos.
Aunque Sascha sabía de sobra cómo era el alfa de los DarkRiver, en ese instante estaba atendiendo las necesidades de dos de los miembros más jóvenes del clan. Y las de ella. También estaba cuidando de ella, prestándole su apoyo en silencio y haciéndole saber que estaba a su lado para ayudarla mientras se adaptaba a su vida, a su nuevo mundo.
—Érase una vez una princesa… —comenzó Lucas
—¡Una princesa! —exclamó Julian indignado, seguido por el asentimiento ceñudo de Roman.
Lucas profirió un gruñido con el que consiguió que los cachorros guardaran silencio y se acurrucaran contra Sascha temblando por el susto. Ella sabía que no era más que puro teatro, pero los abrazó de todas formas.
—Como iba diciendo, érase una vez una princesa que vivía en una torre en medio de un bosque y tenía siete sirvientes.
—¿Siete? —se atrevió a susurrar Julian.
—Uno para cada día de la semana —repuso Lucas—. Veréis, cada día un criado iba hasta el pueblo de al lado y…
—¿Y? —le apremió Roman esta vez.
—No sé si seguir. —Lucas frunció el ceño—. Esta es la parte que da más miedo. ¿Seguro que no os asustaréis?
Los pequeños asintieron rápidamente.
Asintiendo a su vez, Lucas se arrimó un poco más y bajó la voz hasta que no fue más que un susurro.
—Veréis, la princesa tenía unos dientes larguísimos y afilados como cuchillas.
Roman ahogó un grito, pero no le interrumpió. Julian no se quedó tan callado.
—¿Cómo los lobos?
Lucas esbozó una sonrisa.
—Justo como los lobos.
Sascha le miró ceñuda. Se suponía que ahora los lobos eran sus aliados.
En los ojos del alfa centelleaba una risa impenitente mientras proseguía con la historia.
—La princesa podía atravesarlo todo con esos afilados dientes lobunos: carne y hueso, madera y metal, incluso… las puertas de las habitaciones de los niños pequeños.
Mientras los cachorros se estremecían de nuevo, Lucas alzó la mirada y pilló a Sascha con los ojos como platos. Parecía tan inocente como Julian y Roman en esos momentos, una niña rindiéndose a la magia de un cuento por primera vez. Una desgarradora oleada de ternura le invadió el corazón, acompañada de una determinación férrea. Nadie volvería a hacerle daño, no mientras él viviera.
—Bien, pues resulta que en el pueblo…, el pueblo al que los criados iban todos los días —continuó, inventándose la historia a medida que la contaba—, vivía un niño pequeño. Cada noche se iba a dormir después de cerrar todas las ventanas y puertas de su casa.
—¿Por qué? —preguntó Sascha.
—Para que los criados de la princesa no le cogieran —dijo, como si eso fuera algo obvio.
—Pero ¿por qué? —insistió su analítica compañera psi.
—Porque… —Hizo una pausa para darle más tensión y luego gruñó las siguientes palabras—: a la princesa caníbal le gustaba comer niños pequeños para cenar.
Sascha y los cachorros se abrazaron entre ellos. Lucas casi rompió a reír al ver la expresión escandalizada en el rostro de ella. Con toda seguridad se estaría preguntando qué demonios hacía contándoles un cuento tan sangriento a dos leopardos tan pequeños. Su querida gatita no se había dado cuenta aún de que los niños eran mucho más feroces que los adultos.
—Su plato favorito era niño asado con salsa de miel y rodajas de piña.
—Lucas, quizá… —comenzó Sascha.
—Chist —le chistaron las vocecillas de los cachorros, que seguían aferrados a su cintura—. Más, tío Lucas.
—Bueno, a veces le gustaba engordarlos bien, así que los metía en su pequeña despensa especial y les daba de comer pastel, tarta y…
—¡… salchichas! —añadió Roman.
—Sí —convino Lucas asintiendo de forma solemne—. Y en esa despensa llena de pasteles, tartas y salchichas fue donde metió al niño del pueblo. Le dijo que comiera y comiera… para luego poder zampárselo él.
Mientras estaba allí sentado, contando un cuento deliciosamente siniestro de cómo el niño derrotó a la princesa caníbal solo con su inteligencia, observó a Sascha y sintió el amor que le profesaba a él y a los pequeños rodeándolos como un sedoso manto. Ella no se daba cuenta de lo extraordinaria que era, de que estar en un cuarto con ella hacía que todos se sintieran mejor con respecto a la vida, la esperanza, a todo.
Y era suya.
La pantera que moraba en su interior se sentía complacida con esa idea. Lucas sonrió, mostró los dientes y terminó el cuento agarrando a los gemelos y a Sascha mientras profería un rugido feroz. Los tres gritaron y luego rompieron a reír. Julian y Roman fingieron morder a su tío mientras que Sascha era un arco iris dentro de la mente de Lucas. Frente a él, el rostro de su compañera se deshacía en carcajadas cuando los cachorros se giraron, se miraron el uno al otro y decidieron convertirla en su próxima víctima.
Tras diez minutos de pelear en broma, Sascha levantó las manos a modo de rendición y, sin parar de reír, se declaró «comida».
**
Esa noche, mientras estaban en la cama, Sascha se volvió hacia él
—Cuéntame un cuento, Lucas —le dijo—. Nada de caníbales.
Él suspiró y le acarició la espalda.
—Solo sé historias de caníbales —bromeó.
—Por favor —insistió imitando a los gemelos—. ¡Por favor, por favor!
Lucas la besó, recordando lo reprimida que estaba cuando se conocieron. Pero incluso entonces había sentido la pasión que habitaba en su interior.
—Si no quieres de caníbales, ¿puedo contarte uno sobre monos desquiciados?
Sascha abrió los ojos como platos y asintió.
—Antes de empezar… ¿cuándo vas a contarme un cuento tú a mí?
Ella guardó silencio mientras pensaba.
—Tengo que investigar un poco más. —Posó la mano sobre su torso—. Enséñame.
La pantera ronroneó dando su aprobación, aquella mujer era la compañera perfecta, una mujer que no se rendía, por grande que fuera el obstáculo.
—¿Qué te parece si… —dijo Lucas mientras le deshacía la trenza— contamos juntos este cuento?
Una sonrisa dulce, perezosa y perfecta iluminó los ojos de Sascha.
—Érase una vez una princesa que vivía con una pantera —susurró.
Dos días después, Lucas recibió una llamada de Tamsyn durante la cual le pidió que le explicara por qué sus cachorros conocían el significado de la palabra «caníbal».
Me gusto, ya demuestra la ternura de Sascha y como Lucas la apoya emocionalmente, mejor dicho en todo.
ResponderEliminarUna de mis sagas preferidas... Y una pareja muy encantadora!!! Saludos!!!
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